LA HONESTIDAD EN EL PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL


En mi opinión, una de la cualidades imprescindibles, e irrenunciables, que debe imperar cualquier Proceso de Desarrollo Personal es la honestidad.

Sin ella, todo el Proceso es inútil y es un fracaso, porque el sentido del Proceso es desarrollar las cualidades y virtudes hasta su máximo para eliminar de ese modo las carencias a las que llamamos defectos.

Uno ha de tratar de ser íntegro. Y aún mejor: conseguirlo. O sea, que no ha de carecer de ninguna de sus partes rectas, intachables, honorables, morales, y dignas.

Uno ha de aproximarse todo lo que pueda hasta ese ideal de perfección que se puede llegar a alcanzar si uno está presidido por un lema en el que lo intachable esté presente rigiendo cada uno de los actos.

Uno ha de ser justo, honrado, puro.

Y la verdad es que nadie puede presumir de haberlo sido siempre en el pasado, pero la vida –esa maravilla- nos ofrece en cada nuevo segundo la oportunidad de volver a empezar, de conciliarnos con el pasado y lo que hayamos sido en el pasado, de poner un punto y final a lo anterior para empezar desde cero y con las ideas y la voluntad distintas y claras.

Todos –sí, todos- tenemos algo de lo que arrepentirnos, algo que ocultar, algo de lo que no nos sentimos satisfechos y que aún afecta a nuestra conciencia, pero eso no es motivo suficiente como para que nos quedemos aferrados a esos desatinos, ni para que no seamos capaces de comprender y perdonar a ese que fuimos y que no obró del modo atinado.

Lo decente es no estancarse ni quedarse condicionados por aquel fuimos –que no tiene que ver con el que hoy somos-; por lo que hizo, pensó, o dijo, sino que el darse cuenta de lo que no nos gusta en este momento es el punto de partida constructivo hacia lo que sí queremos.

La honestidad implica el reconocimiento de los actos de nuestro pasado, así como también el reconocimiento de nuestras virtudes y cualidades. No sólo lo menos bueno, sino también lo bueno.

Y la propuesta que se nos hace para hacerlo bien es comportarnos de un modo intachable, de tal modo que a partir de ahora no tengamos nada de lo que arrepentirnos ni por lo que pedirnos explicaciones; nos pide hacer de nuestra dignidad nuestro principio inamovible, de la conciencia el juez inapelable a quien dar cuenta de cada uno de los actos; nos pide que la modestia impida al ego entrometerse en asuntos que no le corresponden, que la nobleza presida nuestra vida, que la humildad sea un bien preciado al que no renunciemos de ningún modo, y que la honradez sea nuestra bandera.

En nuestras manos está la posibilidad de construirnos una personalidad de la que sentirnos noblemente satisfechos –y hasta orgullosos en el mejor sentido de la palabra-, y la opción de convertirnos en una persona notable por su integridad, por su fidelidad a unos principios bien construidos, honrada en su grado máximo, amable y amorosa.

Y esto no es una utopía: es una posibilidad real, porque esto no tiene que ver con la situación personal, las circunstancias, el estatus, los conocimientos, ni el pasado ni el presente.

Cada persona tiene su parcela inviolable, absolutamente personal, donde las decisiones dependen exclusivamente de sí misma, de los deseos que determinan su voluntad.

Cada persona puede y debe construirse a sí misma de acuerdo a sus deseos y de acuerdo con sus fundamentos, y esta es una tarea que conviene no aplazar ni olvidar.

De ti depende ser cómo quieres ser.

Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales


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