¿Y QUIÉN SOY YO PARA JUZGAR?


En mi opinión, esa costumbre de juzgar a los demás es una licencia que se toma nuestro ego, porque tiene la necesidad de destacar por encima de los demás (así es él…) y cuando juzga a alguien, siempre busca quedar por encima de ese alguien.

Creemos que es el otro –siempre- el que se equivoca, el que hace las cosas mal, y con ello el ego propio se regodea en el placer de creerse superior al otro, más listo, más perfecto.

Es el ego el que enjuicia.

En cambio, para la PERSONA que somos el prójimo es otra persona. Igual que uno mismo, con los mismos caos, idénticas dudas y similares miedos; con la misma incertidumbre anta la vida y sus propuestas.

Es correcto opinar, porque se tiene derecho a ello, y porque al opinar lo que se hace es manifestar un pensamiento, pero no debería llevar implícito un enjuiciamiento, debería contener solamente la creencia de quien lo emite, la explicación de su punto de vista… y nada más.

Si a esa opinión se le añade la intención de hacerla prevalecer por encima de la de los otros, y se pretende forzar como la única cierta y la mejor, y además se pretende imponer el criterio propio por encima o por delante del de los otros, entonces no es adecuado.

Entonces se le está juzgando al otro, y a quien actúe de este modo le conviene pararse y reflexionar, observar con atención si tiene derecho a hacer lo que está haciendo y del modo que lo está haciendo, darse cuenta de si hay una falta de respeto o menosprecio hacia el otro, y obrar en consecuencia a partir de lo descubierto en la observación.

¿Por qué el otro tiene que ser o tiene que comportarse según mi criterio?

¿Quién soy yo para imponerle algo, para evaluarle y sentenciar por algo que está emitido desde mí –pensando y valorando desde “yo”- sin respetar la forma de ser del otro, sin tener en cuenta sus circunstancias y su realidad personal?

Hay que entender que si uno estuviese en el lugar del que es juzgado, y hubiese pasado por sus mismas circunstancias personales, y tuviese su misma educación y sus creencias, sus mismos miedos y sus dudas, su misma historial personal, y estuviese en su pellejo con todos estos antecedentes y realidades, actuaría exactamente igual que lo está haciendo el otro.

Desde el punto de vista en el que no hay una implicación personal y afectiva, porque uno es simplemente un observador, resulta más sencillo acceder a la teoría de lo que es apropiado, pero cuando influyen tantas cosas en el modo de ser y pensar y actuar de cada uno, y cuando están los sentimientos y las emociones por medio, lo habitual es perder la objetividad. Si lo piensas, comprobarás que tú también has estado alguna vez en el lugar de los que son juzgados y habrás encontrado justificaciones o explicaciones para tu forma de actuar.

Nadie tiene derecho a juzgar gratuitamente a otro. Cada uno es muy libre –o muy esclavo- para actuar como crea conveniente. O como pueda.

En realidad, uno sólo se tiene que dar explicaciones a sí mismo.

Están muy bien las sugerencias amables, las opiniones que no llevan implícitas órdenes, las reflexiones que pueden aportar un punto de vista distinto a quien no es capaz de verlo, pero la aportación personal se debe quedar en eso. A partir de ahí la decisión es del otro.

Tony de Mello solía decir: “Hace tiempo que presenté la dimisión del cargo de Director General del Universo”. No es mala idea para copiar…

Que cada uno sea quien sea y sea como quiere ser.

Te dejo con tus reflexiones…


Francisco de Sales


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