NO ES BUENO SUFRIR EL DOLOR AJENO

(El sentido del artículo está orientado a los dolores emocionales, o sentimentales, pero también de algún modo y en algunos casos al dolor físico)



En mi opinión, casi nunca acertamos en cómo tenemos que actuar cuando nos encontramos con una persona que está sufriendo.

Y es que no hay normas igualitarias que aplicar en estos casos, sino que dependen de la gravedad del asunto, de si hay o no posibilidad de solucionarlo, de la situación personal del otro y de sus circunstancias…

En mi caso, procuro aplicar unas pautas que son útiles en la mayoría de los casos.


HAY QUE PERMITIR LLORAR

No sé por qué cuando estamos con una persona que está llorando lo primero que se nos ocurre es decir: “No llores”. ¿Por qué no llorar? Lo adecuado es llorar. Opino que las emociones y los sentimientos hay que vivirlos cuando se presentan, hay que SENTIRLOS en el corazón o donde quiera que afecten; ya habrá tiempo después de ponerles palabras, de analizarlos, de comprender el por qué, y el para qué, pero las respuestas a todas esas cuestiones se encuentran en la impresión que han provocado en cada uno de nosotros. Donde lo han provocado es donde está la respuesta al por qué se ha provocado, y no en la asepsia racional de la mente.


CUANDO HAY SENTIMIENTOS POR MEDIO, A LA MIERDA LAS TEORÍAS

Los sentimientos sólo entienden de emociones, de estremecimientos, de penas o de efusividad, de afectos y aflicciones, y no entienden la racionalidad analítica y fría, ni lo que es adecuado hacer en el momento en que están bullendo, así que cuando una persona está en su dolor –sea justificado o innecesario- no hay que ponerse a explicarle teorías porque tal vez las llegue a comprender con la mente, pero en ese momento se imponen los sentimientos.


LA ESCALA DE DOLOR ES PERSONAL
(Y a quien le duele que no le digan que no le duele…)

Cuando uno está en su dolor no entiende que le digan: “Pero si eso es una tontería que no tiene importancia…”, “No pasa nada…”, “Eso es normal…”, “No hagas caso…”, “Ya se te pasará...”

Claro que se pasará, pero cuando sea el momento. Cuando uno está en su dolor es mejor que lo viva plenamente, sin recortarlo, sin negarlo, porque le está aportando una lección que sólo se puede exprimir desde la vivencia completa del sentimiento –que para eso está-. Precipitar la salida de ese estado es como salirse de una clase a la mitad, uno se queda sin aprender del todo la lección. Ha estado allí, pero ha sido una pérdida de tiempo porque no ha aprendido. ¡Y cualquiera sabe cuándo se vuelve a dar esa misma lección!


NO METERSE EN SU DOLOR

Su dolor es su experiencia y la tiene que vivir la persona, y no quien le acompaña. Cuando una persona se está ahogando en el mar no necesita a otra que se lance a su lado para gritar más entre las dos, sino que necesita alguien que se quede en tierra para poder echarle una mano y ayudarle a salir.

Esa es la actitud. Dejar que el otro viva ese momento. Que llore, que rabie, que maldiga, que sienta lo que sea con intensidad.

Sí es excelente dejarle claro que se está a su lado para lo que necesite.

Y es bueno un contacto humano. Abrazarle, tocarle, cogerle las manos, acogerle. Depende del grado de confianza y de lo que la sensibilidad de cada uno diga que hay que hacer en ese momento.

Sí es buena la empatía, o sea, sentirse identificado con el otro, pero no sentirse idéntico. El dolor y la experiencia son del otro.

Sí a la compasión, a mostrar ese sentimiento de ternura hacia el otro. Es bueno que lo capte, que lo sienta, porque es un agarradero que tiene a mano, algo que le sigue conectando a la vida fuera de su dolor. Es la forma de no sentirse del todo solo en su profunda soledad del momento.

Sí al apoyo. Por supuesto. “Te apoyo, pero dejo que decidas tú”.


CUIDADO…

Cuidado con dejar que cometa cualquier tontería quien está fuera de sí, tal vez no sea consciente de sus actos y puede cometer alguna gravedad. Vigilar que su ofuscación no le empuje a agredirse o agredir a otro, o a cometer una barbaridad. O si hay que tomar una decisión inaplazable en ese mismo instante y el otro no está capacitado para tomarla, hacerlo uno mismo. En esos casos sí se puede y se debe intervenir.

Cuidado si la situación se alarga más de lo necesario. Eso sí hay que vigilarlo, porque a veces el otro no ve más allá de su dolor y quiere permanecer en él demasiado tiempo. La parte menos buena de este tipo de dolor es que uno se enganche a él y no quiera salir. Lo peligroso es que el victimismo se haga fuerte en ese estado. O que el pesimismo o la desesperación o la depresión quieran retenerle al otro más tiempo del necesario. Todos los duelos han de tener su fin natural: no conviene terminarlos antes de su final pero tampoco es conveniente alargarlos más de su tiempo.

Cuidado con dejarles solos si se ve que no están en condiciones de quedarse solos. Es el momento de atenderles.

Pero, sobre todo y en la medida de lo posible, no intervenir en su experiencia, no pretender acortarla, no privarle de conocerse en su capacidad de sentimientos y de dolor, permitirle que se conozca en esa parte de su humanidad, que viva su prueba para que después pueda comprender lo que ésta le ha enseñado.

Bueno… todo esto es simplemente mi opinión.


Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales


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