HABLEMOS DEL DOLOR SIN DOLOR



En mi opinión, cuando uno habla de las cosas que le producen dolor, si las habla desde la aceptación –que nunca es fácil- consigue ir limando las aristas que tanto duelen; se van redondeando para que el dolor cada vez lastime menos, y aunque sigue siendo un trago difícil de pasar, cada vez es menos difícil.

A otras personas les puede resultar menos dificultoso escribirlo que contarlo. También sirve. Lo importante es no dejar que se enquiste dentro de uno, que se convierta en un centro dramático alrededor del cual gira toda la vida, todos los estados de ánimo, todos los pensamientos.

Lo doloroso nunca resulta agradable. Incluso cuando alguien es capaz de encontrarle un matiz espiritual a ese dolor, o una explicación esotérica, e incluso aunque sea el preámbulo de algo que después se demostrará que eso era lo mejor y que atravesarlo era un camino necesario, ninguna cosa consigue desagraviar el dolor cuando uno está inmerso en él. Por eso resulta que lo más apropiado es salirse de él, afrontarlo, perderle el miedo y no reconocerle superioridad, tratarse con él de igual a igual, y conocer su origen real para ponerlo donde le corresponde.

Por otra parte, resulta que vivir ese dolor y no eludirlo es la acción apropiada. Negarlo, depreciarlo tratando de restarle importancia, o hacerse el duro inconmovible a quien no le afectan las cosas desgarradoras, no es lo adecuado. Cada dolor lleva implícita una enseñanza y esto es real. Cada dolor necesita de atención y comprensión para vislumbrar su origen y su motivación.

Somos humanos. Y esto no hay que olvidarlo. Y los seres humanos, afortunadamente, tenemos dolor, aunque el dolor siempre sea incomprendido e indeseado.

Hablar o escribir sobre ello sirve para aclarar todo el proceso que ha llevado hasta ese dolor, y conviene hacerlo transparente, que sea innegable, comprensible, porque en algún momento se va a instalar en lo que llamamos pasado, y lo pasado tiene tendencia a enquistarse con la interpretación que se le haya dado en su momento al hecho, y si lo que almacenamos en el pasado es un dolor que sólo trajo sufrimiento y rabia, que no se comprendió, que se interpretó como un ataque personal, o como una desatención del Creador, y uno se siente víctima, se siente triste y herido, se siente indefenso e inútil, eso es lo que nos dejará el dolor incorporado al recuerdo. Como un recuerdo en el que creeremos firmemente. Pero sólo es un recuerdo tergiversado...

En cambio, si uno consigue la proeza de desapegarse de su dolor, de verlo como un hecho y no como un ataque personal, de verlo como un suceso de los miles de sucesos que acaecen en la vida, de observarse a sí mismo en su fragilidad, en su desconcierto, en su honrada rabia que se ha manifestado, en la parte sensible de su humanidad, puede llegar a quitarle parte de la aflicción que parece que le corresponde legítimamente, puede dejar de verse agredido y humillado, y puede llegar a incorporarlo como un suceso que no tiene por qué dejarle marcado.

No hay que olvidar que las cosas son lo que son, pero acaban siendo lo que uno cree que son. Uno, con su pensamiento y su aceptación, les da poder o se lo quita. Uno lo engrandece y magnifica o le resta el adjetivo doliente y lo deja desnudo y sin espinas.

Es importante en estos casos preservarse. Ponerse a salvo. Mirar por uno mismo y por su integridad física y mental. Saber que la insistencia repetitiva sobre un asunto doloroso puede llevar a un pesimismo perenne, a una tristeza perpetua, o a una depresión de por vida.

La aceptación comprensiva del hecho, sin un sentimiento alterado, pero no sumisamente y con rabia, ayuda a desdramatizarlo. Hay que aprender a mirar a largo plazo, a proyectarse en el futuro donde las cosas de hoy se verán de otro modo más benevolente cuando se mire hacia el pasado que será el día de hoy.

Por eso insisto en la necesidad de dulcificar el dolor, pero sin caer en la mentira de negar su influencia.

Todo en la vida acaba convirtiéndose en pasado y éste condiciona, sin duda, el presente. Es muy conveniente que los asuntos que nos han resultado especialmente dolorosos se sanen en la medida de lo posible antes de que se instalen definitivamente en el pasado. Que se les reste todo lo que se pueda la carga de desolación. Que, sin negar el dolor que es evidente, se suavice, se limpie, se amanse. Es mejor construir un pasado sosegado.

Y si es un dolor antiguo el que aún sigue mortificando, conviene reconstruir ese pasado, porque la memoria traumática puede llegar a ser muy violenta. Revisarlo, descifrarlo, descontar la rabia y el resentimiento casi comprensibles que les añadió nuestro enojo, ser capaces de verlo con otros ojos más tolerantes, y sanar ese pasado que sigue hiriendo.

A veces es necesaria la colaboración de un profesional y, si es así, hay que hacerlo. Cualquier inversión en sanarse física, emocional, o espiritualmente, es una buena inversión.


Una recomendación. Algunas personas, cuando viven una experiencia dolorosa, parece que se regodean en ella y que la repiten una y otra vez a todo el que se deje contar porque con ello “disfruta” su parte masoquista y al mismo tiempo recibe la solidaridad y un aparente cariño de los oyentes, y eso le compensa. Está comprando la atención de los otros al elevado precio de insistir en su desgracia. Así de retorcidos somos a veces. Mucho cuidado con esto. En demasiadas ocasiones uno habla y habla, y después se arrepiente de haber hablado tanto. Las cosas dolorosas no es conveniente contárselas a todo el mundo porque no sabemos qué van a hacer los otros con ellas, ni sabemos si en algún momento se pueden volver en nuestra contra.

Se dice que quien tiene nuestros secretos tiene el poder sobre nosotros. Se puede aplicar para esto también. Con quien se hable, que sea de una confianza inquebrantable, y si no hay con quien hablarlo, o no se quiere hacer, sigue siendo válida la escritura.

Pero lo mejor es hablar del dolor sin dolor, como se habla de otras cosas que son más agradables. Insisto en que es uno mismo quien lo puede dramatizar mucho e innecesariamente, y que es uno, directamente, la víctima de esa actitud. Preservarse. Ponerse a salvo. No torturarse sin necesidad.

Hablemos del dolor sin dolor.


Te dejo con tus reflexiones…



Francisco de Sales


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