TENEMOS LA OBLIGACIÓN DE FOMENTAR UNA BUENA AUTOESTIMA EN LOS NIÑOS


En mi opinión, la mayoría de los educadores –ya sean padres, familiares, amigos, profesores, o cualquiera que esté en contacto con los niños durante su infancia y su juventud- no somos conscientes de la importantísima responsabilidad que adquirimos cuando con nuestras actitudes, con nuestro ejemplo, palabras, enseñanzas, atención o desatención, valoración y ánimos o desatención y desprecio, estamos influenciando en la buena o mala educación que tendrán los niños.

Sabemos que cuando nace un niño no tiene conocimientos suficientes como para afrontar todo lo que la vida le va a poner por delante. No tiene criterio propio aún, y ni siquiera la capacidad de discernir o valorar qué es correcto o cierto y qué no lo es. Así que confía en lo que los adultos le cuentan. Y se lo cree.

De ahí la responsabilidad tan trascendental que tiene el que nos ocupemos de esa tarea de enseñarles todo y enseñarles bien. Y no sólo a nuestros hijos, sino a todos los niños.

El error que se comete a menudo es del pretender convertirlos en adultos antes de tiempo, e implantarles unas responsabilidades y obligaciones que están por encima de sus capacidades. Se les exige como si fueran perfectos, como si fuesen expertos o experimentados, y no lo son. Se les exige como si tuviesen que saberlo todo… y no lo saben.

Y ahí está el principio del mal… con algunas palabras –cuando son hirientes o despectivas- les afectamos directamente a su incipiente autoestima. Si se le dice “eres torpe” creerá que efectivamente es torpe y vivirá y se manifestará como torpe, ya que le han dicho eso y se lo ha creído. Lo mismo pasa con otros calificativos que pueden menospreciar y que usamos sin cuidado y sin razón.

Los niños no saben enjuiciarse, y dudan si lo están haciendo bien, así que es muy conveniente ser cuidadosos con el trato hacia ellos, cuidar mucho la forma de hablarles cuando hay que decirles algo que pueden y deben mejorar –cuidando mucho el modo de decirlo-, y, sobre todo, hacerles ver con claridad y con un reconocimiento y valoración notables cuando lo hacen bien.

Las palabras de ánimo y apreciación son imprescindibles para ir forjando una buena autoestima y una buena personalidad, ya que ambas cosas se van a sustentar, básicamente, sobre esa información con respecto a ellos que les vamos a facilitar.

Ellos no tienen conocimiento de sí mismos, no tienen más referencia que la que le vamos facilitando los adultos, así que conviene animarles, destacar sus cualidades, reconocer y fortalecer lo que hacen bien, mostrarles confianza –aunque no todo y siempre lo hagan bien- y fortalecer su carácter de un modo positivo.

Se puede hacer el ejercicio de recordar cómo nos “educaron”, y es casi seguro que sabremos distinguir entre lo que creemos que hicieron bien y lo que hicieron mal. Eso nos puede dar una pista de cómo hacerlo nosotros para no repetir los “errores” que aplicaron con nosotros.

Insisto: es nuestra responsabilidad, para con TODAS LAS PERSONAS con las que nos relacionamos, ser amables, corteses, respetuosos, agradables; valorarles y hacérselo saber, y, también, enseñarles con nuestro ejemplo. Y especialmente a los niños y jóvenes.

Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales


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