MANTÉN VIVO EL NIÑO QUE FUISTE


En mi opinión, nos han engañado quienes nos han hecho creer que cada vez que pasamos de una etapa a otra en nuestra vida tenemos que abandonar la anterior. No es necesario. Incluso es conveniente mantenerlas, porque cada una de ellas tienen cosas buenas que es mejor no perder, que es mejor no renunciar a ellas.

En esos exámenes de conciencia que hacemos de vez en cuando –que son exámenes de nuestro pasado- tenemos tendencia a la añoranza. Y en esas cosas que añoramos hay algunas que son imposibles de recuperar, pero hay otras que fuimos dejando, sin saber porqué, sin darnos cuenta, y ahora que las podemos ver lejos de nosotros nos damos cuenta de cuánto nos gustaría recuperarlas.

Por ejemplo, en mi caso -y eso que afortunadamente sigo teniendo un excelente sentido del humor- echo en falta más risas todavía, más alegría, más desparpajo, más espontaneidad, más predisposición a la broma, a la carcajada sin pudor, a la risotada escandalosa; echo en falta esas lágrimas de la risa y el dolor en la tripa de tanto reírme…

Echo en falta la capacidad de sorprenderme y emocionarme que tuve en otras etapas de mi vida, la emoción de los quince años, la locura de los veinte, la ilusión de los treinta, echo en falta la aventura, sentirme vivo en algo que fue natural y espontáneo en su momento y ahora parece que desapareció.

Nos han hecho creer –no sé quién- que los adultos tenemos que ser serios, que la vida es seria, que lo que se vaya a hacer –sea lo que sea- es serio; rodeamos de gravedad y severidad la mayoría de nuestros actos.

Se nos va poniendo día a día una seriedad pétrea en el rostro que es una pesada máscara, desagradable, que soportamos en muchas ocasiones sin ni siquiera llegarnos a plantear que nos la podemos quitar y estrellarla contra el suelo, que podemos recuperar a todos los que fuimos y ya no somos.

Se nos va la vida sin ponerle color y más sonrisas. Se nos va sin que nos atrevamos a decir “basta ya”, sin que tomemos muchas de esas decisiones que nos están esperando, sin que recuperemos a ese que nos gustaría recuperar: el que fuimos y nos gustaría seguir siendo.

Tal vez nos hemos construido sin darnos cuenta una vida que carece de una parte que es muy importante en la vida –o tal vez las circunstancias nos han obligado a construirla- pero es muy posible que nos hayamos quedado instalados en una comodidad desganada en la que pasan menos cosas de las que nos gustaría que pasaran. Y no me refiero a cosas externas, sino a cosas internas, a cosas que le pasen a nuestra alma.

Más que necesario es imprescindible recuperar y mantener viva la forma de ser de nuestros mejores momentos, alentar las mejores cualidades y capacidades, darse permiso para desdramatizar la vida y poner flores en forma de optimismo, sonrisas, vitalidad, ganas de compartirse, de comunicarse desde el corazón, de empaparse de emociones.

Es bueno recuperar el niño que fuimos, ese que era feliz sin poner condiciones y se permitía disfrutar continuamente. Y si no hemos podido ser ese niño, es el momento de serlo.

Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales


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