¿SABES PENSAR CORRECTAMENTE?


En mi opinión, cuando tenemos que pensar es algo que hacemos de un modo bastante desordenado, sin un conocimiento claro de las herramientas de las que podemos disponer para hacerlo, sin ecuanimidad ni criterio, sin buscar el estado idóneo para ello, sin tener en cuenta el momento y el sitio adecuados, y, a veces, despachándolo a la mayor brevedad posible porque suele ser una situación en la que no nos sentimos cómodos y de la que queremos salir a la mayor velocidad y con la mejor solución. Tarea que es casi imposible.

Las personas que aplazan continuamente enfrentarse a lo que tienen que pensar, bien porque creen que nunca se encuentran suficientemente preparadas, o bien porque nunca les parece que es buen momento, conviene que no se estanquen en esa razón o excusa y tomen la decisión que parezca más sensata.

Otros, en cambio, piensan en exceso, y ya han experimentado que eso tampoco es adecuado. Esas personas que piensan excesivamente las cosas y que siguen esperando y esperando que aparezca la respuesta óptima, se pueden ver afectadas por lo que se denomina “parálisis por análisis”. O sea, paralizarse por un exceso de información, o porque se quedan analizando una y otra vez lo mismo… pero sin avanzar.
El temor a equivocarse aplaza la toma de la decisión y, a su vez, ese temor crea y alimenta una ansiedad que hace más complicada aún la gestión.
Para superar esto lo mejor es no obsesionarse con la solución perfecta y elegir la que parece más adecuada y que resulte suficientemente razonable y práctica.


Por otra parte, si eres una de esas personas que no se conocen perfectamente en todas sus facetas, y no has prestado atención a qué haces exactamente cuando te pones a pensar, a cómo piensas, revísalo porque te puedes llevar alguna sorpresa. Tal vez el modo que estás usando no sea el más adecuado.

Algunas personas, cuando dicen que van a pensar sobre algo, ya tienen una respuesta antes de ponerse a hacerlo, y digan lo que digan, en realidad, ya han tomado la decisión incluso antes de empezar, y lo que buscan es una justificación para la respuesta o la decisión que ya tienen preparada. Y esto de querer confirmar la decisión inicial no está mal si uno está atento a no auto-engañarse.

Cuando se buscan respuestas, pueden aparecer de varios tipos:

Las que dicta la intuición, que si no se usa mucho puede estar desentrenada y equivocarse.

Las que proponen todos los condicionamientos religiosos o educacionales que arrastramos.

La primera en aparecer, que uno pude creer que es producto de su privilegiada inteligencia y confiar en ella y no buscar más.

La primera que aparezca para no darle más vueltas al asunto y no perder más el tiempo.

O la buena.


La realidad es que, a veces, uno se conforma con cualquiera porque, en el fondo, está convencido de que no es capaz de hacerlo bien y está convencido de que, piense lo que piense, se va a equivocar.

Las ideas que nos aparecen y no concuerdan con la que uno espera o la que uno desea, se suelen descartar rápidamente porque no gustan y entonces la atención de la mente se centra en buscar una justificación para ello. Y no es lo adecuado, así que conviene ser muy serio con este asunto, ser muy honesto, y no parar hasta encontrar la que nuestra lógica, nuestra experiencia y nuestro interior digan que es la adecuada.

Hay una cosa que ha de ser innegociable: el hecho de no permitir de ningún modo, y bajo ningún disfraz, la mentira. La mentira, en este caso especialmente, es el mayor atentado que uno puede cometer contra sí mismo.

Y si uno se ama, aunque sea sólo una pequeña parte de lo que debiera hacerlo, tendrá muy en cuenta sus propios intereses, aquello que sea o aparente ser beneficioso, y procurará que la complacencia a los demás, cuando está en contra de uno mismo, no interfiera en la decisión.


IDEAS DE CÓMO PONERSE PENSAR SOBRE UN ASUNTO:

Hay que estar muy atengo a ser uno mismo, con la colaboración del Uno Mismo Grande, con toda la consciencia y voluntad, ser quien está dirigiendo el proceso y que no esté dirigido por el ego o por cualquiera de los pequeños yoes, egoístas y confusos, que nos habitan.

Hay que encontrar el sitio y el momento adecuado, en el que uno no se vea interrumpido ni con urgencias para terminar pronto, porque se corre el riesgo de conformarse con cualquier idea con tal de terminar. Es necesario dedicarle tiempo a buscar, pero no tiempo a darle mil vueltas al mismo pensamiento. Cuidado con esto.

Hay que tener un estado de ánimo imparcial, objetivo, justo, sensato, ecuánime… Es preferible, en la medida de los posible, desapegarse del asunto objeto del pensamiento. Y sopesar y medir con la misma vara tanto los pros como los contras, lo muy evidente y lo oculto. Ni sobrevalorar ni menospreciar. Lo justo.

Hay que ser incorruptible, insobornable, honrado, íntegro, ético, legal, cabal…Esto quiere decir que, a veces, las respuestas auténticas que encontramos pueden perjudicar de algún modo a otras personas. Es importante no perjudicar a otros, pero es aún más importante no perjudicarse uno mismo. Si uno ha de ser siempre ético y digno, en estas ocasiones ha de serlo con mayor firmeza aún. El objetivo es encontrarse con la realidad y en justicia. No se buscan excusas, no se buscan justificaciones, no se busca expresamente confirmar una idea mientras se descarta otra que puede ser más veraz.

Hay que tener la capacidad de ser el juez justo que es capaz de escuchar todos los pensamientos que se presenten sin descartar ninguno previamente hasta ser escuchado.

Hay que hacer lo que se denomina tormenta de ideas. Se trata de decir ideas relacionadas con lo que se está tratando de pensar, sin rechazar ninguna por disparatada que pueda aparentar al principio. La principal regla de este método es aplazar el juicio hasta terminar la sesión. Decir todo lo que vaya saliendo y cuando ya se agote es cuando se revisan y descartan las que no sirven. A veces son útiles si se hacen en grupo, pero es recomendable que uno mismo coja un folio y anote todo lo que se le ocurra. A veces surgen ideas interesantes de este método.

Hay que tener cuidado con los consejos de los otros. Pueden ser muy bienintencionados, pero si los otros no están preparados para darlos con sensatez, o no tienen toda la información que tiene uno, o miran el bien a corto plazo pero obvian situaciones que se pueden dar más adelante…sus consejos pueden ser contraproducentes.

No hay que tomar decisiones cuando se está eufórico –porque se ve todo de un modo muy optimista y la realidad no lo es tanto- ni en momentos deprimidos –porque se ve todo de un modo pesimista y la realidad no lo es tanto-.

Si es un asunto emocional, mejor siente y no pienses.
Si es un asunto racional, siente pero, sobre todo, piensa.

Esto no es útil para todas las ocasiones en que uno piensa, pero cuando aparece la pregunta “¿por qué?”, generalmente es interesante pensar también en la pregunta “¿para qué?”. Y puede ser mucho más útil responder “¿para qué”?


LA ACTITUD CORRECTA PARA LA TOMA DE DECISIONES

Recuerdo que en un Curso que hice con Juana Marín, uno de los días nos preguntó qué hacíamos cuando teníamos que pensar en algo que fuera importante, o cuando teníamos que tomar una decisión, y nos invitó a que lo hiciésemos.

Cada uno de los presentes nos pusimos en el modo habitual de hacerlo.
Unos se sentaban, otros cerraban los ojos acostados, otros daban vueltas en círculo.

Yo lo hice en el modo habitual de entonces: poner el dedo índice de la mano derecha encogido delante de los labios (en el lenguaje corporal, eso equivale a mentir), meter la mano izquierda en el bolsillo, y pasear dando vueltas y mirando el suelo.

Simbólicamente era una suma de barbaridades. El dedo delante de la boca… me estaba engañando o mintiendo de algún modo. La mano izquierda –que es la de recibir- no la tenía expuesta y preparada sino escondida en el bolsillo. Dando vueltas por el mismo sitio… o sea dando vueltas a lo mismo. Y mirando al suelo, donde no hay horizonte, no hay futuro, no hay esperanza.

Nos pidió que pensáramos en un problema concreto.

Al igual que los demás, no encontré una solución satisfactoria para el problema. Lo veía mal.

Nos aclaró que es conveniente no pensar en los asuntos importantes en los momentos eufóricos, ni tampoco en los momentos pesimistas. Y que la noche hace ver las cosas de un modo menos optimista que el día.

Después del ejercicio, nos sugirió un cambio de modo y postura.

Nos propuso quedarnos de pie, los brazos colgando, las manos abiertas, mirando al horizonte y, si era posible, con una sonrisa natural en la boca.

El resultado, en todos los casos, fue mucho mejor.

La luz del día aporta ánimo y esperanza, y mirar al horizonte hace que las buenas expectativas se expandan. Hay una vida –un horizonte- por delante, y hay una luz que ayuda a verlo todo mejor.

Te sugiero que lo compruebes.



Y si alguna de estas ideas te parece útil, añádela a las que ya tengas verificadas y te funcionen.

No olvides que pensar no es dar vueltas a la misma cosa una y otra vez sino ser imaginativo y estar receptivo a nuevas opciones.
Es poner cosas a la luz de la consciencia.
Una vez que las tengas a la vista, reflexiona.
O sea, considéralo de nuevo y detenidamente.

Te dejo con tus reflexiones…