LA REPUTACIÓN


Una de las buenas definiciones de la Autoestima es la que dice que es “la reputación que uno tiene de sí mismo”.

La reputación sólo es una opinión. Propia o ajena. Pero es solamente una opinión.

No tiene entidad, ni la fuerza de la verdad, ni es una realidad.

Las opiniones se forman a partir de ideas preconcebidas, o de una información que puede ser incompleta, tergiversada, infundada, o falsa, y por tanto pueden carecer del fundamento que las legitime.

Por eso las opiniones no debieran ser tomadas en cuenta, salvo que coincidan con la realidad o con lo que uno –que es quien de verdad tiene toda la información y su verdad correspondiente- sepa o piensa.

El interés por tener una buena reputación viene dado por condicionamientos sociales, porque a todos nos gusta que los demás nos tengan en buen concepto, y ser respetados o admirados por ello.

Pero si el otro, desconocedor de la autenticidad -y por tanto propenso a equivocadas interpretaciones-, nos adjudica una mala reputación –y eso es algo preocupante para nosotros-, es posible que la opción más sensata sea demostrarle, con el tiempo y con los hechos, que estaba equivocado.

Si pretendemos concertar con el otro un diálogo para exponer nuestra opinión, y abiertamente y libre de prejuicios nos escucha, siempre le puede quedar la reserva de pensar que lo que contamos no es la verdad, sino que es nuestra explicación, lo que queremos creer, o aquello de lo que pretendemos convencerle. Está muy bien el intento, y es muy digno, pero si el otro no está predispuesto a creernos es una labor casi inútil.

La reputación no es una referencia fiable, porque se forma en función de la voluntad de otra persona en la que poco podemos influenciar.

Es mejor no darle una excesiva importancia, y menos aún darle el poder de condicionar nuestra vida, porque si lo hacemos así dejamos nuestra estabilidad en manos de los otros, y eso es un suicidio, ya que les otorgamos el poder de valorar bien o minusvalorar nuestra propia vida.

Si valorásemos más el concepto que tenemos de nosotros mismos, que puede ser el más atinado y el único con valor, y, sobre todo el que debe primar, y no estuviéramos tan pendientes de lo que opinan los demás, viviríamos más tranquilos, más a gusto con nosotros mismos y, sobre todo, con más paz.

En varias ocasiones he escrito que si alguna persona me insultara o menospreciara no conseguiría con ello alterarme, ni tampoco enfadarme, ni me enfrentaría a ella de un modo violento. Le diría, con toda la naturalidad que me fuera posible, y con el convencimiento absoluto, que si emite esa opinión de mí, o si tiene ese concepto, es porque no me conoce lo suficiente, y le diría que está equivocada. Si me conociera realmente, se daría cuenta de su error.

Por supuesto que es preferible tener una buena reputación, y que además esté fundada en la verdad –si no es así, es simplemente una apariencia engañosa-, pero quizás esté desequilibrado darle una excesiva preponderancia y, sobre todo, consentir que la estabilidad emocional y personal, y el prestigio y la Autoestima, queden en manos de una sentencia ajena en la que uno sólo es el acusado que no ha tenido la opción de defenderse.


Tony de Mello escribió: “Si ni siquiera Dios ha sido capaz de poner de acuerdo a todo el mundo, ¡cómo voy a pretender hacerlo yo!”.

Sólo es importante la reputación que yo tengo de mí.

Las demás, aunque se les dé importancia, no son importantes.


Te dejo con tus reflexiones…



Francisco de Sales es el creador de la web www.buscandome.es orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.